domingo, 27 de noviembre de 2011

DOMINGO 28 DE NOVIEMBRE


Lecturas
1.      Isaías 63:16-19 y 64: 2-7
2.      Salmo 79: 2-3 y 15-19
3.      1 Corintios 1: 3-9
4.      Marcos 13:33-37
Hoy comienza el año litúrgico con el I Domingo de Adviento. Esta estructuración del tiempo determinada por la Iglesia no es una simple formalidad, tiene el sentido de presentar de forma completa toda la realidad de salvación de Dios en Jesucristo, de tal manera que a lo largo del año, especialmente el domingo, se presentan los hechos y misterios centrales de la fe cristiana, con una intención pedagógica, catequética y celebrativa. Esto es para vivir conscientemente nuestro seguimiento de Jesús.
Adviento: tiempo de esperanza y de creación de disposiciones y actitudes para aguardar al Señor que viene para hacernos libres y salvarnos de las limitaciones que nos imponen el pecado y la muerte. Tiene un tono profundo de penitencia y conversión, Dios no puede llegar a nuestra vida de cualquier manera, esto demanda de nuestra parte una revisión total de todo nuestro ser y quehacer, una superación de lo que en nosotros es antievangélico e injusto, alejado de El y de los hermanos.
El texto de Isaías es un clamor a Dios que contiene todas las preguntas humanas cuando nos encontramos desolados, en crisis, pero en una búsqueda de alternativas liberadoras y de razones para vivir con esperanza. Así es nuestra experiencia espiritual: a menudo es dolorosa, de pronto se nos antoja que Dios no responde, su silencio nos exaspera; también hacemos conciencia de que de nuestra parte hemos sido deficientes en nuestra relación con El, y reconocemos humildemente que no hemos estado a la altura de su amor, pero al final, con el que gozo que proviene del encuentro, podemos decir: “Y, sin embargo,Señor, tu eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tu mano” (Isaías 64: 7).
Podemos orar en este domingo sobre el relato de la presencia de Dios en nuestra vida: cómo ha sido? En qué experiencias concretas lo experimentamos? Nuestros vacíos y desencantos, también nuestras reticencias para atender su llamado, y la manera concreta en qué hemos accedido al encuentro gozoso y transformador. Así es la biografía de un ser humano, pasamos por la felicidad, las vivencias de realización, también por el dolor y la fragilidad, hasta que El irrumpe en nosotros y nos deja la seguridad de su presencia que anima para siempre y transforma todo lo sufriente en sentido pleno y trascendencia.
El comienzo del Adviento es un tiempo privilegiado para explicitar la garantía definitiva de vida, la legitimación de toda nuestra historia, la ruptura de todas nuestras precariedades, para pasar  a la certeza bienaventurada de Dios , como lo manifiesta Pablo a los Corintios: “El testimonio sobre el Mesías se ha confirmado en Ustedes, hasta el punto de que nos les falta ningún don a los que aguardan la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo. El los confirmará a Ustedes hasta el final para que el día de Nuestro Señor Jesucristo sean irreprochables. Fiel es Dios, el que los llamó a la comunión con su Hijo” (1 Corintios 1: 6-9).
Cómo resuenan estas palabras en nosotros? Probablemente muchos de los que hacemos parte de COMUNITAS MATUTINA, en este momento de nuestra vida estemos pasando por circunstancias difíciles, en las que la fragilidad cobra todo su vigor, y pudiéramos acceder a una tristeza sin perspectiva, a un desencanto sin horizonte. Esto es profundamente humano.
Quien estas líneas escribe lo vive claramente con la enfermedad de Clarita, nuestra hermana. Justamente en ella vemos reflejadas las palabras paulinas: su dignidad, su entereza, su serenidad, son para nosotros el relato del acontecer liberador de Dios en ella y en todos los integrantes de la familia: Esto, en medio del doloroso reto que implica el desprendimiento, nos trae el aval del amor del Padre y de la acción decisiva de El en Jesucristo. Por eso, nos sentimos asumidos por El, y configurados en la esperanza que deshace el sufrimiento y lo llena de sentido.
Marcos nos remite nuevamente al asunto esencial de la vigilancia, que no es otra cosa que la totalidad de la vida entendida y practicada como disposición para este encuentro: “que al llegar de repente, no los sorprenda dormidos” (Marcos 13: 36).
Se trata de que seamos estupendos seres humanos, sabiendo que quien hace posible esto es el mismo Señor Jesús, que fragua en quien libremente lo acoge, un estilo de hombre-mujer libre para el ejercicio constante y creciente del amor, siempre en esperanza a pesar de las arremetidas del sufrimiento y de tantas inevitables contradicciones, solidarios y dispuestos para hacer el bien ilimitadamente, críticos ante los poderes disolventes del mundo, proféticos en cuanto anunciadores de esta novedosa realidad de vida que se inicia ya en la historia, enamorados de la justicia y consecuentes con ella, y comprometidos para ser instrumentos de Dios en la tarea de portar su Buena Noticia e implicar a muchos en el gozo de la misma.
Por eso:
Este es el tiempo de la espera, del anhelo y la ilusión.
Es un tiempo de ojos abiertos,
De miradas largas como el horizonte
Y de pasos ligeros por oteros y valles.
Es el tiempo de las salas de espera,
De los sueños buenos que soñamos
Y de los embarazos de vida.
Es tiempo de anuncios y pregones,
De vigías, centinelas y mensajeros,
De trovadores y profetas.
Es tiempo de luces y coronas,
De puertas y ventanas entreabiertas,
De susurros, caminos y vientres preñados de ilusiones.
Es tiempo de pobres y emigrantes,
De cadenas que se rompen,
De libertades que se anuncian,
De amores que fecundan,
De hojas plenas de buenas noticias.
Es el tiempo de Isaías,
De Juan Bautista,
De María, en vigilante espera,
De José, embarcado en la aventura del AMOR,
De tantos peregrinos que por fin
Ven a lo lejos el puerto de su arribo.
Es el tiempo de Dios!

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