viernes, 25 de noviembre de 2011

VIERNES 25 DE NOVIEMBRE


Lecturas
1.      Daniel 7: 2-14
2.      Daniel 3: 75-81
3.      Lucas 21:29-33
En los tiempos del Concilio Vaticano II (1962 a 1965) se hizo muy  común en los medios cristianos la expresión “signos de los tiempos”, con la que se quería expresar las grandes realidades de la historia a las que hay que atender en discernimiento para detectar allí las intenciones de Dios con la humanidad y también los grandes dinamismos de esta en su búsqueda de sentido.
Realidades como la afirmación de la libertad, la pasión por la justicia, los clamores de inconformidad, las rebeliones de los jóvenes, el reconocimiento de lo diferente, la ruptura de los viejos modelos de autoridad y de tradición institucional, la revisión crítica de las diversas concepciones sobre el ser humano, el surgimiento de nuevas sensibilidades, la aceptación de que el cristianismo no es el único camino válido para llegar a Dios, la emergencia de los pobres, la apertura al diálogo entre religiones, el cansancio con los excesos de la sociedad industrial y capitalista, el rechazo a los totalitarismos, son las explicitaciones de un nuevo orden de vida, indicativos de que algo esperanzador está llegando para liberar, para incluír, para dignificar. Estos , y  muchos más, son auténticos “signos de los tiempos”.
Con el remezón del Concilio la Iglesia se dio cuenta de que no podía permanecer encerrada en el claustro de su sacralidad, de su cultura católica considerada exclusiva y única verdad, y empezó el encuentro con estas realidades, muchas de ellas provocando crisis de fondo como las vividas en aquellos años sesentas y setentas. Esto fue devolver a la comunidad eclesial la lógica de la encarnación, la inserción en el mundo real, el despojo de sus pompas religiosas para descalzarse y salir a las calles de la vida con los estilos proféticos del Abbé  Pierre y de los curas obreros, de Romero y Helder Cámara, de la teología de la liberación y de Luther King.
Qué nos dice todo esto para nuestra oración y para nuestro crecimiento integral como hombres y mujeres de la Buena Noticia? Estamos dispuestos a la mirada crítica sobre las señales de estos comienzos del siglo XXI, o preferimos mantener la comodidad de un cristianismo convencional? Cómo nos llegan estas palabras de Jesús: “Observen la higuera y los demás árboles: cuando echan brotes, Ustedes saben sin más que el verano esta cerca. Igual Ustedes, cuando vean que sucede eso, sepan que se acerca el reinado de Dios” (Lucas 21: 29-30).
Qué vemos nosotros hoy que merezca una atención más allá de lo simplemente informativo o del ruidoso suceder de noticias y noticias? El movimiento de los indignados en Europa y Estados Unidos, las protestas estudiantiles en Colombia y Chile, las inconsistencias del modelo neoliberal con su intrínseca perversión de riqueza generadora de pobreza, el rechazo a que el Fondo Monetario Internacional siga siendo el rector de la vida mundial, los movimientos de protesta en los países del norte africano, el irreversible pluralismo de la sociedad, la lamentable superficialidad de la sociedad de consumo, pero también las muchas organizaciones de solidaridad y promoción de los derechos humanos, la gran tendencia del cuidado ambiental y el desarrollo de una cultura ecológica, la capacidad para salir de los ghettos religiosos a los encuentros vinculantes entre los creyentes de las diversas tradiciones espirituales, la búsqueda de lo esencial, la mirada atenta a la sabiduría oriental, y tantos brotes en los que el Espíritu pugna por surgir y por dar un rumbo de esperanza a la historia de la humanidad.
Nos aferramos a los privilegios que se argumentan en eso que llamamos “ideología católica”, viejo fundamentalismo que no tiene nada que ver con Jesús y con el Evangelio,  o nos dejamos conmover por El, y salimos al mundo, a lo real, descalzos, para dejarnos contagiar de esta pasión por la verdad encarnada en las narrativas de tantos hombres y mujeres que tienen sed de sentido y de vida verdadera?
Dejemos que sea esta misma realidad el canal de entrada de Dios y del hombre-mujer en nuestras vidas, y desde la confianza definitiva en estas dos realidades fundantes y esenciales, aprendamos a detectar las señales del reino que viene para salvar, para liberar, para construír, para sanar, para decirnos que Dios no es un asunto de sacristía sino la felicísima presencia que potencia nuestro camino.

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