sábado, 19 de noviembre de 2011

SABADO 19 DE NOVIEMBRE

Lecturas
1. 1 Macabeos 6: 1-13
2. Salmo 9: 2-6 y 16-19
3. Lucas 20: 27-40
En el relato evangélico de este sábado consideremos la complicada argumentación a la que unos saduceos querían someter a Jesús (los saduceos eran una de las principales sectas judías de aquel tiempo, no creían en la resurrección, y a ella pertenecían la mayor parte de los sacerdotes del templo y la clase aristocrática del judaísmo).
Tienen una preocupación de carácter jurídico que no apunta a lo fundamental de la relación con Dios, saber de quien será esposa legítima una mujer que se casó sucesivamente con siete hermanos, de quienes fue enviudando uno a uno: “Así pues, en la resurrección, de quien de ellos será mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella” (Lucas 20: 33).
Jesús desarma esta inquietud – más bien capciosa y buscadora de posibles fallas a la ley en su respuesta – respondiendo con lo que sí es esencial: “pero los que sean considerados dignos de la vida futura, cuando los muertos resuciten, no se casarán; y es que ya no pueden morir, pues son como los ángeles, son hijos de Dios, porque han resucitado” (Lucas 20: 35-36).
Más allá de las minucias teológicas y jurídicas del asunto planteado, lo importante es ver la diferencia de perspectivas, y a donde nos pueden remitir.
La de los saduceos es simplemente un razonamiento de carácter legal, y revela una concepción de la ley como fin, no como medio. Este es un asunto que ha desdibujado con mucha frecuencia lo sustancial de la fe, de la Buena Noticia, cuando se ha dado paso a una estructuración del cristianismo sobre cumplimientos jurídicos, observancias rituales, creación de obligaciones que son pesadas cargas para los creyentes, haciendo profundamente antipático este modelo de relación con Dios. De él derivan personalidades rígidas, intransigentes, carentes del gozo de vivir.
La visión y experiencia de Jesús nos dicen: “No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por El” (Lucas 20:38). Cuando entramos en este ámbito, que es el definitivo, todo lo demás se hace relativo (quiere decir que todo es medio y que tiene sentido si se relaciona con un fin. Relativo viene de relación). Y esta conciencia evangélica de relatividad es liberadora porque nos despeja el camino para verificar que todo en la vida adquiere sentido si se refiere a ese principio y fundamento, que es razón de nuestra esperanza y superación de todas las contingencias y accidentalidades a las que siempre nos encontramos en la cotidianidad.
Las leyes tienen un significado, por supuesto que sí, están ordenadas al bien común, a legitimar unos derechos, están inspiradas en los valores de la dignidad humana y en todos los que se desprenden de ella, pero siguiendo la perspectiva de Jesús, la ley es al servicio del ser humano, y no al revés, que es lo que sucede cuando se absolutizan los ordenamientos jurídicos.
La propuesta, entonces, para esta mañana de oración, parte de una mirada a lo esencial: Dios sí es el fundamento de nuestras vidas? O es apenas un disfraz ideológico para legitimar otros intereses? Es una capa moralista y doctrinal para hacernos aparecer como sabios y santos, o es el Dios de vivos, transformador, amoroso, que se nos revela de modo pleno en Jesucristo y llena nuestras vidas de razones para la esperanza?
Gocemos de Dios en esta mañana – y siempre – y sigamos a Jesús, libres, con un discernimiento juicioso que hace posible que situemos los medios que se nos dan en esa justa condición, liberados siempre del culto fundamentalista a instituciones, personas, reglamentos, ideas, conscientes de que si hacemos un uso ordenado de estas realidades afirmamos nuestra libertad inscrita en el amor del Padre.

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