jueves, 24 de noviembre de 2011

JUEVES 24 DE NOVIEMBRE


Lecturas
1.      Daniel 6: 12-28
2.      Salmo Daniel 3:75-81 (sigue el Càntico de los Tres Jòvenes)
3.      Lucas 21: 20-28
Es la memoria litúrgica de San Andrès Dung-Lac y sus compañeros, mártires en Viet Nam.
El texto evangélico de este jueves pertenece a la tendencia apocalíptica, a la que ya nos hemos referido anteriormente. De entrada, siempre es bueno advertir que su lenguaje causa estremecimiento, temor, angustia, pero esa no es la intención.Justamente, es lo contrario: disponernos para la gran esperanza del Señor, y para una vida totalmente asumida por El.
Desafortunadamente hay interpretaciones del cristianismo que se dedican a distorsionar los fundamentos de la fe, muchos grupos sociales son propensos al pánico colectivo y de esto se valen predicadores fundamentalistas para sembrar desconcierto. Se impone ir màs allà de la expresión literal y buscar de modo sutil su significado profundo.
Las causas de sufrimiento y de miedo son determinadas por decisiones de los seres humanos. La pobreza, la distribución injusta de los bienes materiales, la excesiva concentración de riqueza en unos pocos, la dificultad para conseguir trabajo, y las consecuencias devastadoras de los fenómenos de la naturaleza, son consecuencia de un egoísmo individual y estructural. Desde una mirada creyente estamos llamados a interpretar con sentido crìtico estas realidades, que sì son pecaminosas porque desconocen la voluntad de Dios expresada en Jesùs de reconocer la dignidad de cada ser humano y de hacer efectiva su inclusión en la mesa de la vida.
Esta destrucción de las carreteras, las inundaciones de tierras y viviendas, son el resultado de la irresponsable imprevisión de quienes tienen a su cargo la toma de decisiones y la implementación de las acciones correspondientes. Sabemos muy bien que cada año sucede lo mismo. El que se aleja de los requerimientos del ser humano, de su clamor de reconocimiento, se aparta también de Dios.
Recientemente el Pontificio Consejo Justicia y Paz hizo público un documento en el que hace un severo análisis del actual sistema financiero internacional , con sus efectos bien conocidos de exclusión y miseria. La falta de oportunidades para millones de hombres y mujeres no es un producto de su falta de iniciativa, o de desafortunadas casualidades; el mismo sistema contiene un perversión que propicia esta inequidad, a la que Juan Pablo II llamò “capitalismo salvaje”.
Estas sì son las realidades que estremecen, angustian, desencantan, hacen  perder las razones para la esperanza. Còmo las integramos en nuestra experiencia creyente y en nuestro deseo de seguir sinceramente los caminos de Dios? Còmo interpela esto nuestra conciencia y nuestra sensibilidad humanista y cristiana?
No se puede pasar impasible ante la realidad, ni aislarnos en una campana de cristal para”protegernos” de los males del mundo. El cristiano, como Jesùs, debe implicarse en la historia, afrontar la realidad, desentrañar su significado, discernirla proféticamente, y, en un ejercicio justo de valoración, determinar cuàles son las señales indicativas del reino de Dios y su justicia, cuàles las evidencias de una humanidad que se empeña en la solidaridad, en la paz, en el bien común; pero también, nos es imperativo establecer lo que es incompatible con el proyecto del Padre, lo que destruye, lo que desarraiga,lo que niega dignidad, lo egoísta, haciendo el anuncio del nuevo orden de libertad y posibilidades para todos, denunciando con eficacia tantos signos de los tiempos que son contrarios a las esperanzas de la humanidad.
A màs de uno estas palabras le pueden sonar trajinadas, propias de mentes enfebrecidas por ideologías “comunistas”, peligrosamente subversivas. Cada cual asume su responsabilidad ante estos contundentes hechos que afectan a la mayor parte de la humanidad presente. Y que dè cuenta de esto ante el juicio definitivo de Dios.
La fe cristiana, si bien apunta a una consumación definitiva màs allà de la historia, en la que firmemente creemos, también tiene una dimensión de influjo en la sociedad para hacerla verdaderamente participativa y generadora de una humanidad en la que valga la pena vivir. A este respecto veamos a los ganadores del Premio Nacional de Paz 2011: el municipio de San Carlos (Antioquia), comprometido en el retorno de la gran mayoría de sus pobladores, luego de años de abandono forzoso, “gracias” a la acción depredadora de guerrillas, paramilitares, Bacrim, son ahora un modelo de organización comunitaria. Junto con estas nobles gentes, también fue galardonada la organización Merquemos Juntos, de Barrancabermeja (Santander), emprendida hace 19 años por 11 aguerridas mujeres, para proveer al sustento diario de las familias de varias de las comunas de ese municipio. Ahora es un pujante programa de economía solidaria y microcrédito.
Oremos desde estas señales de esperanza, y alimentemos en nosotros el entusiasmo de vivir, la firme decisión de no facilitar las arremetidas de la muerte, el posicionamiento vigoroso ante los depredadores, la destrucción no es el destino fatal de nuestra historia. La lógica apocalíptica invita a la superación del mal, de la injusticia, del despojo, y un trabajo efectivo para resignificar todo el acontecer humano en la clave de una plenitud definitiva que se anticipa en estos signos de justicia y de  pasión por todo lo que tenga que ver con la reivindicación del ser humano, desde la experiencia del Dios que se nos ha revelado felizmente en el Señor Jesùs: “Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria. Cuando comience a suceder todo eso, cobren ànimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación” (Lucas 21: 27-28).
Justamente la vida de Monseñor Romero y del Padre Arrupe estuvo siempre animada por esta esperanza en una vida justa y apasionante para todos los desheredados de la tierra. Que su relato de vida inspire nuestra oración de hoy.

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