viernes, 11 de noviembre de 2011

VIERNES 11 DE NOVIEMBRE

Lecturas
1.    Sabiduría 13: 1-9
2.    Salmo 18:2-5
3.    Lucas 17:26-37
El evangelio de hoy debe leerse en clave de esperanza, pertenece a eso que los estudiosos de la Biblia llaman el género apocalíptico, que no es únicamente el libro conocido como tal – el  Apocalipsis – sino una tendencia teológica y espiritual presente en diversos momentos de la historia de Israel, con un surgimiento particular unos años después de la pasión y muerte de Jesús.
La apocalíptica justamente está enraizada en el dinamismo de la esperanza decisiva que marca la experiencia pascual, la certeza de que Jesús, después de haber sido sometido a la ignominia de la crucifixión, de haber sido tratado como hereje y blasfemo, es respaldado y avalado por el Padre Dios pasando de la muerte a la plenitud de vida y constituyéndolo Señor, como es el testimonio unánime de todos los escritos del Nuevo Testamento.
También esta tendencia constata que en la historia hay una contradicción, una tensión, es la que se da entre las fuerzas del mal y la fuerza salvadora de Dios que se expresa en su intervención decisiva a través de Jesús. En la apocalíptica encontramos un tipo de lenguaje que nos puede sobrecoger y causar angustia si no estamos advertidos de su tono y contenidos, el texto de hoy si nos toma “fuera de base” puede producir en nosotros ese sentimiento (de ahí la importancia de disponer de una buena traducción de la Biblia que venga acompañada con notas explicativas completas, como la Biblia de Jerusalén).
También el contexto apocalíptico formula una pregunta fundamental al ser humano acerca de su disposición para este encuentro con el Señor que viene para asumirnos y para llevarnos a la plenitud del Padre: “El que intente salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda, la recobrará”  (Lucas 17: 33).
En nuestra experiencia humana hay una tensión, y es la de sentirnos llamados a la felicidad, a la realización de todos nuestros ideales, en contraste con la presencia de la fragilidad que llega hasta la muerte. Cómo acceder ahí a un sentido pleno de la vida que supere estos contrarios? Esta es una pregunta esencial para elaborar toda nuestra existencia, si nos quedamos con el sentimiento fatalista y absurdo de que la vida no vale la pena, o si nos dejamos tomar por la fuerza redentora y liberadora de Jesucristo para disolver esta posible angustia y para situarnos en la perspectiva esperanzadora que El hace posible en nosotros.
Les propongo que en la oración de este viernes hagamos conciencia, asistidos por el Espíritu, de estas realidades: vida absurda? Vida con sentido? Contradicción bien – mal? Nuestras disposiciones para el encuentro pleno con el Señor?
Aquí la pregunta de fondo es por todo lo nuestro: motivaciones, actitudes, prioridades, manera de vivir, valores que nos determinan, opciones. Tengamos presente toda la lógica del Evangelio que es la de configurarse con Jesús, “perder la vida para ganarla”, no apostarle a los consabidos halagos del poder, del facilismo, del ego, del vano honor, y darle cabida estructurante al modo de Jesús, que es donación plena de sí mismo al Padre y a los hermanos, solidaridad total, crítica profética de todo lo que haga esclavo al ser humano, pasión profunda por la dignidad de todos, presencia compasiva y misericordiosa, y transformación de la fatalidad en esperanza definitiva.
Así podemos decir con el autor del Apocalipsis: “Sí, estoy a punto de llegar. Amén!Ven,Señor Jesús! Que la gracia de Jesús, el Señor, esté con todos” (Apocalipsis 22: 20-21). Hagamos propias estas palabras y dejemos que el Espíritu nos constituya en esperanza.

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