martes, 8 de noviembre de 2011

MARTES 8 DE NOVIEMBRE


Lecturas
1.      Sabiduría 2-23 a 3:9
2.      Salmo 33: 2-3 y 16-19
3.      Lucas 17:7-10
Pensemos hoy en nuestro trabajo y responsabilidades, en todo lo que tenemos que hacer en este sentido, en los muchos o pocos años de ejercer una profesión o desempeñar una determinada función laboral, en los diversos oficios en los que hemos estado, y en todas las realizaciones que se han logrado en estos aspectos fundamentales de la vida. Y hagámoslo en oración, con la intención de detectar la acción de Dios en todo esto.
Con seguridad podremos llenar extensos informes de todo lo hecho o de lo que está en proceso. Ahora, lo esencial es percibir el sentido trascendente de nuestro quehacer en el trabajo. Activismo desaforado? Excesivamente ocupados sin disponer de tiempo para lo esencial? Esclavos del trabajo? Buscadores de éxitos solamente, sin perspectiva de servicio? Participamos de actividades humanizantes, respetuosas de la persona, o nos involucramos en instituciones sin criterios de equidad, simplemente productivas, sin un compromiso social?
Son muchas las preguntas y las respuestas que resultan cuando nos planteamos este balance. Jesús nos propone hoy un criterio básico para este discernimiento: “Así también Ustedes, cuando hayan hecho lo que se les había mandado, digan: somos siervos inútiles, hicimos lo que teníamos que hacer” (Lucas 17: 10). Esto pertenece al orden de la gratuidad, propio del reino de Dios y su justicia.
En general, las dinámicas de la economía y del trabajo están determinadas por transacciones, pagos, resultados concretos, ganancias, valoración de las personas por su capacidad productiva, aquí se desconoce este lenguaje de lo gratuito. Qué hacer? Porque en la vida real la inmensa mayoría debe trabajar para derivar de ahí el sustento para vivir dignamente. Cómo asumir esto desde una perspectiva humana y evangélica sin hipotecar la dignidad?
Refresquemos esta gozosa dimensión de la gratuidad de Dios que nos invita primero a dejarnos amar por El, abiertos a sus dones que siempre son estimulantes, creativos, posibilitadores de una mejor humanidad, e impliquémonos en lo mismo, haciendo de nuestras vidas un proyecto de servicio, de realización de nuestros deberes con la mayor calidad por respeto a los destinatarios, de esmerarnos de la mejor manera en hacer todo muy bien, en manejar responsablemente las funciones que se nos asignan, en pensar en los posibles beneficiarios, que se sientan reconocidos, apoyados, atendidos. Y que todo esto lo hagamos sin esperar premios ni recompensas, recordando que “somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Pensemos en los trabajos de bajo perfil, en las mujeres que hacen el aseo de nuestras oficinas, que nos sirven amablemente, con una grata sonrisa, discretas; en quienes hacen los oficios domésticos en nuestros hogares, en los trabajadores del campo, en los operarios de las fábricas, en las maestras que trabajan amorosamente educando los niños en lugares lejanos del país, en las secretarias que tienen que soportar las intemperancias de los jefes, en quienes pasan las noches en vela cuidando enfermos, en tantos hombres y mujeres que se desempeñan silenciosamente para beneficiar a la humanidad con servicio y calidad de vida. Ellos no son protagonistas para la mentalidad de “lo importante”, los que aparecen y ganan aplausos son los jefes, muchos de ellos a menudo sin mayores merecimientos.
Qué nos dice esto en clave evangélica? Qué bueno es que podamos trabajar cuando tantos en el mundo no pueden hacerlo porque no se les da la posibilidad? Nos sentimos felizmente envueltos en esta dinámica de la gratuidad? Tenemos la capacidad de apreciar los trabajos sencillos? Sabemos hacer lo nuestro sin presumir, con el empeño juicioso de servir con calidad?
Hagamos siempre todo con esta mentalidad, sin aspirar al “hall de la fama”, lo que cuenta es la profunda satisfacción de amar a Dios en el prójimo a quien dedicamos nuestro trabajo, y en esto seamos infatigables.

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