domingo, 21 de agosto de 2011

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO 21 DE AGOSTO : COMUNITAS MATUTINA


Lecturas
1.      Isaìas 22:19-23
2.      Salmo 137:1-8
3.      Romanos 11:33-36
4.      Mateo 16:13-20
En el texto de Mateo se plantea un asunto esencial de la misión de Jesùs, en un interrogatorio que Jesus hace a los discípulos: “Quien dicen los hombres que es este Hombre”? (Mateo 16: 13), con la consiguiente respuesta; y luego la interpelación especìfica : “ Y Ustedes, quien dicen que soy yo?” (Mateo 16: 15), con la respuesta de Pedro: “Tù eres el Mesìas, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16).
Este diálogo se da en el contexto del viaje de Jesùs de Galilea  a Jerusalem para la fiesta de Pascua, previo a los acontecimientos de la pasión y de la muerte. Es una demanda por la identidad de Jesùs, por el significado de su persona y de su misión, y son los discípulos los destinatarios primeros de esa cuestión, Pedro, el líder, da la respuesta clave, con el aval de Jesùs: “Dichoso tù,Simòn, hijo de Jonàs, porque no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo” (Mateo 16: 17).
En estos veinte siglos de historia cristiana se han dado muchas respuestas a propósito de este interrogante:
-          Que es verdadero Dios pero aparentemente humano
-          Que es un estupendo ser humano plegado a Dios pero no de condición divina
-          Que es un líder social, subversivo contra el Imperio Romano
-          Que es un milagrero popular
-          Que es el creador de una sabiduría esotèrica
-          Que es un reformador moral y creador de nuevas leyes e instituciones religiosas
Revisar la historia misma de la Iglesia y de la humanidad, las diferentes tendencias de sabiduría y trascendencia, la literatura, y muchas fuentes màs, nos permite aproximarnos a la persona de Jesùs y a las posturas de la humanidad ante El, y con ellas al asunto de su identidad y de su misión. Esta pregunta nos la hace también a nosotros, los creyentes del siglo XXI.
Al lado de tantas figuras destacadas en la historia: sabios, pensadores, reformadores, revolucionarios, creadores, científicos, humanistas, gobernantes, hay una especificidad para responder a la cuestión de Jesùs?
El cristianismo en sus múltiples denominaciones tiene claro que Jesùs es el Señor y Salvador, esta convicción es el centro de nuestra fe,y asì somos reconocidos en el panorama mundial de la diversidad religiosa. Pero hacer esta pregunta y responderla tiene implicaciones vitas y existenciales de fondo, como dice Jesùs a Pedro: “Pues yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta roca construirè mi iglesia” (Mateo 16:18). La conciencia que tiene Pedro sobre Jesùs acierta y esto lo hace acreedor a que se deposite en èl el ministerio, la misión, de ser fundamento  de la comunidad de los seguidores del Señor, que abarca a toda la iglesia apostólica, a los discípulos.
La iglesia no es una reforma màs del judaísmo, ni Jesùs un profeta màs dentro de la larga lista de los mismos, ni es un nuevo movimiento de sabiduría: es la visibilidad histórica y sacramental de Jesùs, constancia que parte del reconocimiento de su identidad como Hijo de Dios y como Mesìas-Salvador, esto capta la totalidad de la vida de quien asì lo asume y lo compromete en su misión.
Hacemos conciencia humilde de los múltiples pecados e infidelidades que en estos siglos se han dado con respecto  a esta misión: alianzas con el poder, la inquisición, el abandono en muchos casos de la vida pobre y austera, el alejamiento de los pobres, la participación en acciones no santas, la falta de vigor profético, el silencio permisivo, los delitos ahora “de moda” con el penoso tema de la pedofilia, y tantas otras manifestaciones. No miramos farisaicamente a los responsables de estos  culpas, sino que asumimos como Iglesia la responsabilidad, afectados todos por sus consecuencias, pero mirando a Jesùs que nos pregunta: QUIEN DICEN USTEDES QUE SOY YO? Y al responder la pregunta nos sentimos movidos por el Espìritu al retorno constante a lo original de nuestra fe, apasionarnos de modo constante y creciente por Jesùs, dejarnos seducir por El, por su mensaje, y dejar que el de sentido total a todo lo que somos y hacemos.
Asì, hacemos parte de la roca fundamental, de Pedro y de su ministerio, de la misión de emprender en la historia la participación en la presencia de Jesùs , vivo, actuante, que da sentido a todo lo que somos y hacemos y que en Pedro nos habilita para ser su sacramento.
Como hemos preguntado tantas veces: esto es una bonita consideración? O es una sòlida y consistente realidad de la fe que nos potencia y se constituye en la esencia de nuestra humanidad inscrita en Jesucristo? Còmo respondemos hoy, creyentes del siglo XXI, este interrogante del Señor? Nuestra vida, como la de Pedro, es respuesta comprometida a esta cuestión fundamental?
En el texto de Isaìas se habla de un mayordomo que no fue digno de confianza y, en consecuencia , destituido,  y cambiado por otro a quien: “le vestirè tu tùnica, le ceñirè tu banda,le darè tus poderes; será un gobernante para los habitantes de Jerusalem y para el pueblo de Judà” (Isaìas 22: 21).  Nuestra manera de ser y de vivir el seguimiento de Jesùs, atenta a la voluntad del Padre, solidaria y fraterna, bienaventurada: nos hace acreedores a recibir tal misión y voto de confianza? O somos cristianos por inercia sociocultural, porque en nuestra sociedad la mayoría lo son, pero sin un apasionamiento radical por su persona?
Finalmente, notemos que es la primera vez que Jesùs habla de Iglesia: “Pues yo te digo que tu eres Pedro y sobre esta piedra construirè mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerà” (Mateo 16: 18). La respuesta dada por Pedro lo compromete totalmente, y allì se vislumbra la iglesia como la comunidad de hombres y mujeres, roca sòlida en Jesùs y por Jesùs, que tiene la misión de hacerlo siempre presente, de vivirlo, de comunicarlo, de acercarlo a toda la humanidad.
El ministerio petrino es servicio de “roca”, de raíz, y de construcción de la unidad. En Pedro, pastor de la iglesia apostólica, se hace visible el servicio de los sucesores de los apóstoles y del obispo de Roma, a quien llamamos papa, ministerio que debe ser profundamente evangélico, coherente, comunicador del mensaje a tiempo y a destiempo, y constructor de la unidad en la rica diversidad que el Espìritu suscita en las comunidades cristianas del mundo entero.
Si Jesùs es para nosotros mucho màs que un profeta o un reformador y con Pedro reconocemos en El la intervención decisiva de Dios Padre para nuestra plenitud estamos llamados a insertarnos en esa “piedra fundante” y a involucrar toda nuestra biografía en este ser y en esta misión.
Hombres tìpicos de iglesia, arraigados en esa piedra: Monseñor Romero y el Padre Arrupe. Y asì tantos y tantas en esta prolongada historia de la fe en Jesucristo. Por encima de los muchos pecados e inconsistencias, brillan los fieles: los que dieron su vida por causa de Jesùs, los y las evangelizadores genuinos, los fundadores de comunidades de creyentes, los encarnados en la cultura y en la sociedad, los intèrpretes del mensaje, los servidores infatigables, los santos y las santas, los de vida profética…..en suma, los que con Pedro dicen: “Tu eres el Mesìas, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16: 16), y aceptan sin rodeos la invitación de Jesùs a insertarse en la “piedra” viva de la Iglesia.

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