martes, 30 de agosto de 2011

MARTES 30 DE AGOSTO


Lecturas de hoy
1.      1 Tesalonicenses 5: 1-6 y 9-11
2.      Salmo 26: 1-4 y 13-14
3.      Lucas 4: 31-37
Desde hace muchos años, cuando me empecé a familiarizar con los asuntos de la teología y de la espiritualidad, esenciales en mi vida, me encontré con un autor llamado Jürgen Moltmann, alemán, nacido en 1926, miembro de la Iglesia Evangélica Luterana de su país, aún vive. El núcleo de su trabajo de investigación y docencia es la esperanza cristiana, y a ello ha dedicado un número importante de libros y artículos académicos, entre los que destacan “Teología de la Esperanza”, “Esperanza y planificación del futuro”, “Un nuevo estilo de vida”, “El espíritu de la vida”, “El Dios crucificado”, “El experimento esperanza”.
Quiero decir que es uno de los teólogos contemporáneos más importantes.  Su trabajo teológico surge en el contexto de la postguerra, en una Europa y Alemania devastadas por la fuerza destructora que se dio en la II guerra mundial: el horror de los campos de concentración del nazismo y del stalinismo, los millones de vidas perdidas, el ensañamiento hitleriano con los judíos, las economías desarticuladas, las ciudades arrasadas, los inmigrantes deambulando por el mundo. Un típico contexto de desencanto y pérdida de sentido.
Ahí surge una tendencia del existencialismo que desconfía del ser humano, de sus posibilidades de construír un mundo ecuánime, es un escepticismo radical. Moltmann, desde sus convicciones creyentes, desde la seriedad de su actividad teológica, pretende “encantar” estas sociedades europeas con una recuperación de la esperanza, inserta en una historia real de recuperación y replanteamiento radical de la vida, y proyectada a Dios, futuro definitivo del ser humano. Historia y trascendencia en gozosa síntesis humanista y creyente.
El mismo Moltmann dice: “La esperanza cristiana es esperanza de resurrección, y manifiesta su verdad en la contradicción, con que el futuro de la justicia – prometido y garantizado en ella – se enfrenta al pecado; la vida, a la muerte; la gloria , al sufrimiento; la paz, al desgarramiento” (Teología de la Esperanza. Eds. Sígueme.Salamanca,1999.Pag. 23).
Nuestro Dios, plenamente revelado en Jesucristo, es un Dios crucificado, dramáticamente crucificado. Ahí vemos todas las evidencias de la precariedad que se manifiestan en nosotros y que pueden ser, en nuestro ámbito individual, lo que la guerra fue para aquel mundo de los años cuarenta del siglo XX. Estamos expuestos al dolor, al vacío existencial, al fracaso afectivo, a la pérdida de los seres más entrañables, a la enfermedad, a la muerte.
Moltmann lo vivió en carne propia. Como muchos jóvenes de aquel tiempo, a los 17 años (1943) fue alistado en el ejército alemán, contra su voluntad, después pasó varios años como prisionero de guerra, hasta ser liberado en 1948. Es un autor que nos recupera la confianza en una teología abierta al porvenir, siempre sorprendente, al mismo Dios viviente: “Gracia y paz a Ustedes de parte del que es, del que era, y del que está a punto de llegar” (Apocalipsis 1: 4), palabras estructurantes de nuestra fe y de nuestra esperanza.
De paso debo decir que la buena teología, como la de este maestro y testigo de la fe, nos libera del peligro del fanatismo religioso, de la relación con Dios concebida como refugio alienante, del fundamentalismo, del desentendernos de la historia y de nuestra propia realidad.
En este orden de cosas los invito a considerar en su oración de este día el bello texto de la primera lectura de hoy, de 1 Tesalonicenses, en el que San Pablo los reconoce  como hijos de la luz: “Todos Ustedes son hijos de la luz, hijos del día” (1 Tesalonicenses 5: 5), y los exhorta a la vigilancia fraterna: “Por tanto, anímense mutuamente y contribuyan al bien de unos para con otros como ya lo están haciendo” (1 Tesalonicenses 5: 11).
Podemos estar desgarrados en este momento por una aflicción muy grande, o desanimados porque siguen dándose injusticias, violencias, exclusiones, o afectados por algo que sucede en nuestro interior o a un ser muy querido. Y es muy humano experimentar tristeza por esto. Pero los quiero decir, y al decirlo me implico con todo mi ser en esta afirmación, que Dios, el que ha tomado partido por nosotros en Jesucristo, sí es garantía y esperanza para todos, y que en El encontramos significado trascendente para todo lo que somos y hacemos, superando definitivamente el desgarramiento y la contradicción, como en la juiciosa teología de Moltmann.
Este es el carisma de COMUNITAS MATUTINA, nacido de una inmensa pasión por Dios y por la humanidad, a través del Señor Jesús. La aflicción de estos hermanos enfermos y necesitados de oración y de cercanía nos mueve a ser testigos de esta ESPERANZA y a empeñar en ello toda nuestra vida. Por eso, cada mañana oramos por ellos-as, y solícitamente se los presentamos al que hizo decir a Pablo: “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13).
Guiados por dos campeones de la esperanza, como fueron el Padre Arrupe y Monseñor Romero, como tantos y tantas en la historia de la fe, ofrecemos nuestra oración y nuestra vida por todos estos queridísimos de LA LISTA, y con ellos nos lanzamos al futuro de Dios, haciendo de esta historia un apasionante anticipo de su plenitud.
No dejemos enfriar el compromiso de COMUNITAS MATUTINA, tomemos toda LA LISTA y repasémosla en oración, siempre, de modo infatigable. El Espíritu nos asiste.
Hoy damos gracias a Dios por la vida del ingeniero javeriano Hernando Monroy Valencia, fallecido repentinamente hoy cuando se disponía a viajar a Cali, graduado en 1959, noble señor y amigo, un caballero cristiano,  y encomendamos a la Sra. Margarita Pinzón, con problemas de salud, ofrecida por su amiga Alba Rosa Morales.

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