sábado, 1 de octubre de 2011

Aquí estoy yo, Oh Señor, y tal como soy, para Ti.

Se ha dicho que la oración más verdadera sucede cuando estoy totalmente abierta/o a Dios, vulnerable, indefensa/o y confiada/o. La mejor y más simple oración se resume cuando digo: “Aquí estoy, Señor, tal como soy”. En la oración es cuando abro mi corazón y todo mi ser, con la confianza de un niño y con una sencillez total. Sencillamente me encomiendo a Cristo, El que está siempre ahí para mí. Y puedo hacer eso, porque sé que seré recibida/o en amor. Pero esa oración es en realidad una respuesta a lo que Dios hace por mí. Principal y primero, ahí está todo el misterio de la apertura de Dios para mí, la vulnerabilidad de Dios ante mí, la personal entrega de Jesús. Esto es lo asombroso…
La mayor realidad en mi oración es el misterio de la apertura de Dios para mí, la entrega infantil de sí mismo en Jesús. La verdad está aquí, y expresada en el himno de San Pablo en su Carta a los Filipenses, sobre la auto entrega de Dios en Jesús, cuando nos dice que Jesús “se vació de sí”, y “se humilló” por nosotros (Filipenses 2:7,8). Se puede decir mucho sobre esto, pero lo central es que el Corazón más profundo de Dios está abierto para mí en amor, a través de la persona de Jesús. En mi momento de quietud, Jesús me contempla con amor – y además, se vuelve pobre y vulnerable por mí. Esa es la forma del verdadero amor, después de todo. Y así mi oración se vuelve nada más que una respuesta, llena de sencillez y confianza infantil. Alguien me está diciendo: “Aquí estoy yo, para ti”, y yo puedo contestarle “Y aquí estoy yo, Oh Señor, y tal como soy, para Ti”.

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