miércoles, 12 de octubre de 2011

MIERCOLES 12 DE OCTUBRE

Lecturas 
  1. Romanos 2:1-11 
  2. Salmo 61:2-9 
  3. Lucas 11: 42-46 
Sigue el capítulo 11 de Lucas en una fuerte diatriba de Jesús contra los fariseos y maestros de la ley, con expresiones como: “Ay de ustedes, fariseos, que les gusta ocupar el primer puesto en las sinagogas y que los saluden en la plaza!Ay de ustedes, que son como sepulcros que no se ven, sobre los que se pisa sin saberlo!” (Lucas 11: 43-44). Creo que está muy claro el mensaje que cuestiona una religiosidad desviada por el rigorismo moral y ritual.  
A esto mismo se refiere el texto de la primera lectura, así: “Por tanto tú, quienquiera que seas, no tienes excusa cuando juzgas a los demás, pues juzgando a otros tú mismo te condenas, ya que haces lo mismo que condenas” (Romanos 2: 1). De nuestros tiempos escolares recordemos cómo nos fastidiaban los niños que, para ganar el favor de los maestros, se convertían en delatores de sus compañeritos, posando de cumplidores del reglamento; y , en general, qué ingrata es la actitud de quien pretende sobrevivir haciéndose pasar por recto y ajustado al sistema de normas, sin tener el respaldo moral para proceder así. 
De todo esto deducimos que es preciso hacer una inmersión en nuestra interioridad y escudriñar allí todo vestigio de esto que Jesús recrimina con tanta fuerza, es un trabajo que debe ser muy completo porque la intención es que se erradique de nosotros todo estilo vano y farisaico para dar paso al ser humano humilde, desposeído de vanaglorias, auténtico, como el Natanael  del evangelio, de quien Jesús dijo que era un israelita sin tacha. 
Esto también nos lleva a ser muy críticos ante las presiones sociales que nos exigen ser “personajes”, ponernos máscaras, aparentar, ser “políticamente correctos” (pero no éticamente), cumplir con los indicadores sociales de prestigio, ser reconocidos como importantes, hacerle el juego al sistema en el que lo que pesa es lo que se aparenta y no lo que se es. 
En la propuesta de Jesús la primacía la tiene el ser, y ya conocemos bien sus criterios y enseñanzas acerca de lo que Dios quiere que sea un genuino hombre, una genuina mujer. Cuando aquí hemos propuesto para consideración a algunos y algunas, como posibles referentes de identidad humana y cristiana, es porque vemos en ellos y ellas el carácter esencial de sus vidas, sin necesidad de acudir a artificios, a revestimientos, a exterioridades, como esta religiosidad tan fustigada por el Señor. 
Pero, además, hay una pregunta por esta tendencia a imponer fuertes  cargas a los demás sin estar comprometidos con ellas, y más bien, muy distantes de las mismas. En estos días he leído el libro “Karadima: el señor de los infiernos”, de la chilena María Olivia Mönckeberg, en el que estudia el caso de un sacerdote de un país latinoamericano, muy reconocido por su oratoria religiosa, por su “santidad”, por el cultivo de vocaciones para el sacerdocio, por  su severidad moral, hasta que se encontró el lado oscuro de la moneda: dominio de la conciencia, sometimiento emocional de jóvenes católicos, y prácticas sexuales, por supuesto, indebidas. El modelo se derrumbó, y aún mantiene a la iglesia y a la sociedad de ese país en conmoción. 
Es un libro que hace doler el alma, porque lo que allí se refiere, debidamente comprobado, y con una condena emanada de la Santa Sede, mancilla el ministerio, la Iglesia, y a muchas personas que fueron víctimas de estos abusos. El título es por sí mismo estremecedor. 
Todas estas constataciones deben llevarnos a hondo examen de conciencia, mirando con esperanza al Señor que lo ha dado todo por nosotros, hasta no retener nada para sí, ni siquiera la vida, y, contemplándolo, entrar en un proceso de purificación, de despojo, de liberación, para que en todo lo que esté en nuestra mente y en nuestro corazón se traduzca una existencia genuinamente evangélica, y totalmente referida a El, renunciando a toda vana afirmación de nosotros mismos, a todo poder, a toda manipulación de la conciencia de los demás.  Que El sea todo en nosotros.  

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