sábado, 29 de octubre de 2011

SABADO 29 DE OCTUBRE


Lecturas
1.      Romanos 11: 1-29
2.      Salmo 93: 12-18
3.      Lucas 14: 1.  y 7-11
A menudo, Jesús describe el reino de Dios como un banquete , en el que no se refiere a lo que se sirve de comida sino a la lista de los invitados, y a las actitudes de las diversas personas que allí se encuentran, especialmente a los que escogen los mejores puestos porque se sienten más importantes que los demás y necesitan ser admirados y reconocidos por todos los asistentes.
Observemos cómo Jesús cambia el orden humano de pensar y de actuar: “Cuando alguien te invite a una boda, no te acomodes en el primer lugar, no sea que haya otro invitado más importante que tú, y venga el que te invitó y te diga: cédele a este su sitio, y entonces tengas que ir todo avergonzado a ocupar el último lugar” (Lucas 14: 8-9). Con esto Jesús nos pone a pensar seriamente, interroga todas esas razones que invocamos para darnos aires de superioridad, para enaltecernos sobre los demás, para presumir de ser más que otros, y pone en tela de juicio todo el tinglado social que decide la importancia de unos y minimiza a la mayoría: “Porque el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido” (Lucas 14: 11).
No es retórico decir que ante Dios todos somos iguales, y la misión de Jesús en la historia se encarga de legitimar esta afirmación. Sin embargo, los seres humanos hemos introducido clasificaciones y categorías, endiosando a unos y despreciando a muchos, creando ámbitos excluyentes, determinando razones de tipo étnico, sociocultural, religioso,económico, ideológico, para decidir quienes son superiores y quienes inferiores, generando divisiones e injusticias profundas.
Oremos sobre estas realidades pecaminosas y examinemos cómo estamos involucrados en ellas, cómo esos criterios mundanos se filtran en nuestras actitudes e intenciones para replicar esas mismas conductas incoherentes con el plan de Dios. Recordemos que este Dios Padre que se nos ha revelado en Jesucristo es una trascendencia descalza, despojada de omnipotencias, encarnada en nuestras crudas realidades, despojada de jerarquías, encarnada en toda la fragilidad de lo humano: “El cual, siendo de condición divina, no consideró codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Filipenses 2: 6-8).
Con humildad debemos reconocer que en la Iglesia se nos han entrado estos criterios de mundanidad y de poder, desconociendo el radical anonadamiento de Jesús: jerarquías, escalafones, eminencias, excelencias, monseñores, reverencias, no tienen origen evangélico, pertenecen a las más penosas categorías del vano honor del mundo.
Recuerdo con afecto inmenso y con emoción a un santo obispo brasilero, Dom Helder Pessoa Cámara (1909-1999), que fuera obispo de Olinda-Recife (estado de Pernambuco, Nordeste brasilero), un hombre humilde, profético, entregado por entero a su ministerio, servidor de los más pobres, afable con todos, espiritual ,austero, fue uno de los prohombres del episcopado de América Latina, con presencia importante en el concilio Vaticano II, un cristiano raizal  que tomó en serio a su Señor Jesús y se despojó de todas las prebendas para ser un pastor sentado en los “últimos lugares del banquete”. De él ya habíamos hablado hace unos meses en estas pistas de oración.
La ultimidad, la minoridad, son criterios de clara estirpe evangélica. Cómo asumimos esto como modo permanente de vida? Cómo provocamos en nosotros una autocrítica si nos hemos dejado influír por la mentalidad vanidosa? Cómo generamos una vigilancia constante para no dejarnos seducir por el deseo de honores y de aplausos? Cómo seguimos a Jesús buscando los últimos puestos?
Esto a los ojos del mundo es visto como necedad y estupidez, pero bien sabemos que la bienaventuranza de Jesús es garantía de una felicidad que va por otras rutas, distintas de la feria de las arrogancias.

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