lunes, 31 de octubre de 2011

MARTES 1 DE NOVIEMBRE


Hoy es la Solemnidad de Todos los Santos. Hasta hace unos 25 años esta era una fiesta de guarda en la Iglesia Católica, ese día era festivo, como ocurría con la mayoría de celebraciones de carácter religioso católico, cuya obligatoriedad de guarda la misma Iglesia suprimió, conservando su importancia litúrgica y su significado.  Luego de eso, en Colombia, el senador Raimundo Emiliani Román, postuló un proyecto de ley para que el festivo de la fiesta  que correspondiese se trasladara al lunes siguiente, como es en la actualidad. Lo paradójico del asunto es que muchísima gente va muy feliz a su festivo sin tener idea de la razón del mismo, como suele suceder en culturas masificadas y con bajo nivel de sentido crítico. Es un buen elemento de reflexión.
Lecturas
1.      Apocalipsis 7: 2-4 y 9-14
2.      Salmo 23: 1-6
3.      1 Juan 3: 1-3
4.      Mateo 5: 1-12
En el libro “El valor divino de lo humano” dice su autor, Jesús Urteaga Loidi: “No será tan inasequible la santidad cuando a todos nos la impone el mismo Dios. No a todos pedirá una santidad con formas extraordinarias de profecías y milagros, pero sí la santidad de hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias y corrientes de cada día. Con una fórmula breve te diré: hacer lo que se debe y estar en lo que se hace, y con amor, por amor” (URTEAGA,Jesús. El valor divino de lo humano.Ediciones Rialp.Madrid,2008; página 47. Es la cuadragésima edición de esta obra, que vió la luz en 1948).
Les sugiero que consideremos el significado de estas palabras en el contexto de esta festividad de TODOS LOS SANTOS, en la que la Iglesia reconoce y celebra el llamamiento que Dios nos hace a llevar una vida digna, honesta, pulcra, generosa, servicial, trascendente, en definitiva santa, y por ello configurada con Jesús.
El esfuerzo del librito referido, que lo leí en mis lejanísimos años de bachillerato en el seminario menor de San Gil, es destacar que este asunto de la santidad no es algo extraño a la cotidianidad de cada ser humano, sino precisamente implicado en ella, en el modo de vida propio de cada persona, en su familia, en sus estudios, en su trabajo, en lo común y corriente del día a día.
Esta claridad hagámosla en oración y discernimiento, porque se ha difundido la mentalidad de que el santo es alguien fuera de lo común, sobrehumano, que a menudo niega su humanidad para hacer las cosas de Dios,  diseñado con una perfección que no existe en ningún lugar de este mundo.
 Vamos entonces a lo propio de la vida diaria, al esfuerzo de la armonía familiar, del afecto y la ternura que le son propios a esta realidad, a la rectitud y generosidad en el trabajo, al manejo honesto de todas las responsabilidades que se nos confían, al gusto por servir a los demás, a la fidelidad a Dios y a la propia conciencia, a la búsqueda atenta de lo que El nos propone como alternativa de realización, a la sincera y discreta vida espiritual, al sentido y práctica de la justicia. Por aquí están las pistas de una santidad aterrizada, muy humana y muy divina al mismo tiempo, como Jesús.
El texto del evangelio de hoy es el de las bienaventuranzas, según el relato de Mateo, en el que el Maestro nos propone su proyecto de vida y el perfil ideal del ser humano que se ajusta a esto, señalando como valores propios causantes de felicidad la vida austera,  la humildad, la pasión por la justicia, la búsqueda constante de la voluntad de Dios, el ejercicio de la misericordia, la rectitud de intención, la pureza del corazón, el trabajo por la paz, el testimonio coherente en situaciones de contradicción y conflicto: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos. Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5: 8-10).
Miremos cómo esto se da en nuestras vidas y en la vida de personas que conocemos y apreciamos, fallecidas o todavía entre nosotros: santos y santas de carne y hueso, concretos, perfectamente identificables, sin nada prodigioso, hermosamente humanos, y entrañables para nuestros afectos. Esa bella gente que nos habla de Dios con la coherencia de su vida. Estos son los santos de verdad. Eso sí, reconociendo que los-as canonizados-as también fueron cotidianos, discretos, austeros, comunes y corrientes, y lo extraordinario de sus vidas fue su capacidad para dejarse asumir por el Padre y por Jesús, totalmente animados por el Espíritu: “Después de esto miré y ví una multitud enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie ante el trono y ante el Cordero. Vestían de blanco, llevaban palmas en las manos y clamaban con fuerte voz, diciendo: A nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero,se debe la salvación “ (Apocalipsis 7: 9-10).
Recordemos a estos papás y mamás que se la jugaron , y se la juegan toda por nosotros;a los hermanos que tantos nos aman y toleran nuestras debilidades; a los maestros sabios que nos inculcaron lo digno y trascendente; a los amigos incondicionales que nos saben exigir cuando estamos a punto de torpezas; a quienes se dedican a servir a la humanidad en circunstancias críticas; a quienes están presentes en todos los momentos de la vida,de modo especial en el dolor; a los que trabajan siempre con gusto y talante servicial; a los que están pensando que el bien común es lo primero, y así lo viven; a los coherentes que no presumen de serlo; a los que no venden su conciencia al facilismo y a la oportunidad efímera; a los que dan la vida, a los que aman sin medida,a los que hacen que Dios pase por nuestras vidas.
Y oremos desde estas palabras de la segunda lectura: “Hermanos queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es” (1 Juan 3: 2).
El alcance de estas palabras de Juan es sencillamente que estamos llamados a insertarnos en la intimidad de Dios, gracias a la mediación salvadora y redentora del Hijo, dotados de la vida del Espíritu. Mis amigos, estas no son palabras piadosas, ocasionales, bonitas, es la contundente realidad de Dios sucediendo en nosotros.
Como dice Gustavo Baena: Dios es un especialista en hacer seres humanos de primera, y el método que El tiene para eso es Jesucristo, El es el configurador del nuevo ser humano que surge de esta densidad teologal.
Los intercesores de COMUNITAS MATUTINA, Monseñor Romero y el Padre Arrupe, fueron profundamente humanos, incluyendo la inevitable dimensión de fragilidad. El Padre Arrupe se conmovió en lo más íntimo de su ser con la tragedia causada por la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, cuando él era el maestro de novicios de los jesuitas en Japón, y esto marcó su vida para siempre. Monseñor Romero, ante el cadáver del su amigo el Padre Rutilio Grande, y de sus dos acompañantes, el 12 de marzo de 1977, decidió que ya no sería el hombre temeroso y excesivamente prudente, y, en nombre de Dios, se decidió a todo para proteger la dignidad de los pobres de El Salvador, hasta la donación de su vida en la vespertina de aquel dramático 24 de marzo de 1980. En esto descubrieron el Dios siempre mayor que los llevó hacia  a través del Señor Jesús.
El valor divino de lo humano es eso que tú haces llevando dignamente tu relación de pareja, siendo un estupendo padre, madre, esposo-a, hijo, hermano, amigo; trabajando con empeño y responsabilidad para mejorar el mundo, indignándote ante la injusticia, comprometiéndote en la construcción de un mejor ser humano y de una sociedad respetuosa de la dignidad de todas, elevando tu mente y tu corazón a Dios para dejarnos desbordar por su amor, siguiendo los mismos pasos de Jesús, apasionándote por la vida y por la libertad.
Esto es lo que significa la santidad en el camino cristiano.

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