sábado, 15 de octubre de 2011

SABADO 15 DE OCTUBRE

Lecturas 
  1. Romanos 4: 13-18 
  2. Salmo 104: 6-9 y 42-43 
  3. Lucas 12: 8-12 
Hoy es la memoria de Santa Teresa de Jesùs, junto con San Juan de la Cruz son los reformadores de la Orden Carmelita, una mìstica extraordinaria y notable escritora del Siglo de Oro de las letras castellanas (1515-1582).  
Como lo hemos expresados tantas veces, tenemos la certeza de que Dios està totalmente a favor de nosotros, y la prueba máxima de esa incondicionalidad es su Hijo Jesùs, cuya misión es llevar la humanidad a la plenitud del Padre, en una intención universal de salvación y de liberación. En Jesùs, Dios respalda al ser humano, pero especialmente a aquellos que lo dan todo por su causa. Si el Padre legitimò a Jesùs, también legitima a todo el que siga su camino. 
Esta es la historia de tantos hombres y mujeres que en estos largos siglos de historia cristiana se han señalado en la vida evangélica, en tener a Dios como principio y fundamento de su vida, en asumir las bienaventuranzas como su talante constitutivo, en servir desmedidamente a todos sin excepción, en practicar la misericordia y la solidaridad, en tener una experiencia espiritual profunda, en dar todo de por el proyecto de Jesùs, en asumir toda clase de contradicciones y sufrimientos por la coherencia de todo lo que son y hacen. 
El evangelio de hoy nos invita a “confesar sin temor”, en coherencia con lo anterior: “Cuando los conduzcan a las sinagogas, jefes o autoridades, no se preocupen de còmo se defenderán o què diràn: el Espìritu Santo les enseñarà en aquel momento lo que hay que decir” (Lucas 12: 11-12). Esto lo dice en el contexto de la animadversión de los judíos hacia Jesùs, hacia sus discípulos, hacia su Buena Noticia, por poner en tela de juicio su tinglado religioso legal sin conversión del corazón a Dios. 
Consideremos en la oración de hoy el testimonio de tantas personas que han avalado con su vida el Evangelio del Señor Jesùs. Por la rectitud de todo su proceder, por su carácter insobornable, por practicar de modo heroico los valores evangélicos, por denunciar lo injusto y lo corrupto, por anunciar al Dios de Jesùs como Padre incluyente de todos, especialmente de los condenados de la tierra, han sido asediados, enjuiciados, perseguidos, humillados y, muy a menudo, llevados al martirio. 
Desde los mártires del cristianismo primitivo en el Imperio Romano hasta los del nuestros tiempos en los campos de concentración de los nazis y de los comunistas, los profetas de Amèrica Latina como Monseñor Romero, los testigos de la fe en Africa y en Asia, los y las que, apasionados por Jesucristo y por el ser humano, no han vacilado en ofrecer su vida para significar que aquí reside el mayor amor del mundo, sin temer a los violentos que dan la muerte material pero no arrebatan el sentido supremo: “A Ustedes, mis amigos, les digo que no teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada màs” (Lucas 12: 4).  
Aquí no se trata de personas que firmaron un contrato para cumplir unos mínimos de ley ni de miembros de una institución prestadora de servicios religiosos, sino de hombres y mujeres que lo apostaron todo por Jesùs, por Dios, por los seres humanos, convirtiendo su vida en una narrativa condensada en aquello de que “sòlo el amor es digno de fe”. Como Santa Teresa de Jesùs que, consternada por la decadencia de los monasterios de su orden religiosa, se entregò a la reforma de los mismos, con la intención de recuperar en ellos el espíritu original del Evangelio; por esto, fue incomprendida, vituperada, desconocida. Ella, firme en su convicción, ofreció las contradicciones a su Señor y permaneció en su empeño hasta el fin de su vida. 
Preguntèmonos en la oración de hoy por el señalamiento amoroso de nuestras vidas, si estamos dispuestos a todo por causa de nuestra decisión de configurar toda nuestra historia “en cristiano”, si somos conscientes de que el Padre de Jesùs es nuestra garantía, si podemos decir con la boca llena “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filipenses 4:13), si experimentamos de que Dios sale siempre para validar todo lo que hacemos en su nombre. 
Y sintámonos felizmente inmersos en esa comunidad de testigos que sin buscar poder ni prestigio ni aplausos entendieron que el proyecto de Jesùs es causa de la mayor esperanza y del  mayor sentido de la vida, eso que llamamos en lenguaje coloquial “jugarse el todo por el todo”.

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