jueves, 27 de octubre de 2011

JUEVES 26 DE OCTUBRE


Lecturas
1.      Romanos 8: 31-39
2.      Salmo 108:21-31
3.      Lucas 13: 31-35
Cuando leemos  los relatos referentes a los profetas bíblicos nos damos cuenta de la conciencia profunda que ellos tienen de su misión, de la coherencia que esto demanda para su vida, de la fidelidad condicional al compromiso que han asumido de ser portavoces de Dios. Ya sabemos que la función profética no hacía parte de la jerarquía oficial del judaísmo, y eran vistos como personajes incómodos por “poner el dedo en la llaga” y por denunciar las inconsistencias de ese sistema religioso.
Igual podemos decir cuando conocemos a cristianos consecuentes como Monseñor Romero, o los monjes trapenses asesinados en Argelia (ahora a la orden del día con la película “De dioses y hombres”), o tantos y tantas que con su manera de vivir se enfrentan a estilos incompatibles con la justicia de Dios y empeñan en ello la totalidad de su vida. A estas personas les resulta imposible sustraerse al profetismo porque es tal la pasión que Dios suscita en ellas que esto se convierte en su mayor imperativo.
Esto es admirable en grado máximo porque es el testimonio de existencia absolutamente comprometidas con su ideal. Así podemos entender las palabras de Jesús en el texto del evangelio de este jueves cuando hace caso omiso de la advertencia de unos fariseos: “Vete y aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte” (Lucas 13: 31), y a esto El responde: “Vayan y díganle a ese zorro, que expulso demonios y sano enfermos hoy y mañana, y al tercer día completaré mi obra. Por lo demás, hoy,mañana y pasado tengo que continuar mi viaje porque es impensable que un profeta muera fuera de Jerusalem” (Lucas 13: 32-33).
Jesús no elude las implicaciones dramáticas de su condición profética, sabe lo que le aguarda, conoce la animadversión de los dirigentes del judaísmo, vislumbra que la muerte trágica es su gran posibilidad, así como en su momento lo intuyó nuestro entrañable Monseñor Romero. El profeta no puede huir de su misión y dramáticamente afronta todo lo que se deriva de ella.
Jerusalem rechazó a Jesús y a los profetas, así como muchos grupos sociales también hoy estigmatizan a quien declara verdades, hacen denuncias, confronta críticamente, y propone cuestiones de fondo que resultan incómodas, inconvenientes, o, como se suele decir, son “políticamente incorrectas”.
Qué esperanzador es que el profeta se mantenga firme en su misión, porque es la voz de Dios y de muchos hombres y mujeres que ven en él un testigo de sus esperanzas, de sus reivindicaciones, de sus deseos de dignidad, de su pasión por la verdad. Cuando hay tantas situaciones desesperadas, tantas violencias, resulta confortante , muy confortante, ver a hombres y mujeres que sin reservas se ponen del lado de los abatidos, de los que están en trance de muerte, de los perseguidos, y se convierten en los tutores de sus razones para vivir y de su derecho a la justicia.
Jesús llega a Jerusalem para hacer frente a su destino, y no le teme porque tiene en El la certeza del Padre y la soberanía de Dios.
Una vez más, en nuestra oración, pongámonos en situación límite para contemplar a Jesús avocado a la consecuencia trágica de su misión, a la decisión suprema del amor. Qué nos dice? A dónde nos lleva esta constatación? Nos remueve en nuestras mismas raíces? Nos entusiasma? Nos evidencia que la esperanza es posible por la máxima credibilidad de su sacrificio?
Sigamos la recomendación ignaciana de hacer un coloquio con el Señor Crucificado y demandémosle conocimiento interno de su profecía, de su firmeza para no echarse atrás ante las amenazas de Herodes, de su resolución de seguir adelante con su misión, a sabiendas de la contradicción extrema que le esperaba.
Qué marcado contraste el que marca el Señor con los poderosos de este mundo, efímeros, con frecuencia ridículos, inconsistentes, paranoicos. Dejémonos seducir por Aquel que no caduca y  adoremos el santo  misterio de su entrega.

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