viernes, 7 de octubre de 2011

VIERNES 7 DE OCTUBRE

Lecturas 
  1. Hechos de los Apóstoles 1: 12-14 
  2. Salmo Lucas 1: 46-55 (Magnificat) 
  3. Lucas 1: 26-38 
Es la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. 
Lo más hermoso de María es su sencillísima humanidad, una mujer sin poses, totalmente auténtica, un ser humano a cabal, sin necesidad de revestirse del “personaje” en que la han convertido muchos excesos religiosos. Es el prototipo de mujer fiel, ciento por ciento abierta al don de Dios, hasta el punto de ser asumida plenamente por El, por eso el angel mensajero le dice: “No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús” (Lucas 1:30-31).  
Para saturarse de Dios se requiere estar desposeído de vanidades, de presunciones, de intenciones engañosas, y ser recipiente para que El la llene de bienaventuranza, de disposición y solicitud para el servicio, para el amor. Ella es una mujer limpia de desórdenes, dócil a la voluntad del Padre, y en esa medida es escogida para ser la madre de Jesús. Por eso ella acepta esta maternidad diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices” (Lucas 1:38). Así se dispone por completo para ser instrumento de Dios haciendo posible la encarnación. 
Con esta actitud ella nos dice en qué consiste tomar en serio a Dios siempre y en todas las circunstancias de la vida, felices o dolorosas. A este respecto, pienso que en María descubrimos los rasgos esenciales del ser cristiano, que no es un alinearse oficialmente como cumplidores de una religión ni situarse en el club de los buenos, sino advertir con la mayor esperanza posible que en este Dios que la asume haciéndola madre de su Hijo está el asunto fundamental de la vida porque eso le da sentido absoluto a todo lo que ella es. 
Esto también me hace pensar – y lo comparto con Ustedes – en todo el desgaste que significa entender la relación con Dios como un tinglado de cumplimientos y observancias jurídicas y rituales, es una debilísima comprensión del ser teologal. María, desde su extraordinaria simplicidad, nos permite ver cómo un ser humano se “deja” tomar por Dios y a ello le apuesta la totalidad de la vida. 
Así lo expresa el salmo de hoy, que es el Magnificat, tomado del mismo capítulo 1 de Lucas: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva” (Lucas 1: 47-48).  El no se fija en “curriculums vitae” excelentísimos cargados de indicadores de fama y prestigio, de lo que María era totalmente distante. Se fija es en la disposición radical para vivir esta apasionante y muy seductora historia de amor, en la que se juega toda la credibilidad de Dios para la humanidad. Porque ella es creíble en grado máximo, inscribe su libertad, su voluntad, en el amor del Padre, y todo lo canaliza en la implicación comprometidísima con la causa de su Hijo. 
Los invito a que oremos con mucha densidad a partir de todo lo que María nos diseña como camino de bienaventuranza, y a que revisemos con saludable y evangélica autocrítica  todo lo que en nosotros oscurece esa alternativa: la búsqueda de reconocimiento y aplausos, el sentido farisaico de la vida, nuestros egos desmedidos, nuestra creencia de sentirnos concesionarios exclusivos de la verdad. 
Cómo es eso de confiar en Dios cuando tenemos tantas seguridades? Qué nos dice María a esto? Qué nos pide  Dios en términos de romper con tantas causas de autosuficiencia? Cuáles son aquellos núcleos de nuestro ser que frenan en nosotros el genuino sentimiento de pobreza y de disposición para que Dios suceda en nosotros? Cómo revisar todos esos mapas mentales y seudoespirituales de moralismo y superioridad? Cómo acceder a un modo de vida dedicado sin rodeos a servirle a la humanidad? Cómo Dios modela en nosotros una humanidad descalza, dedicada a la misma humanidad?  
Esta bellísima mujer es un relato de lo fundamental cristiano y humano, y es una invitación a la confianza radical en el Dios que se nos reveló en su Hijo. Esto es lo mismo que decir con Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13).  
  Ella, presente en los comienzos de las comunidades de fe, era una animadora natural del trabajo del Espíritu en los primeros discípulos: “Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de los hermanos de este” (Hechos 1: 14).

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