martes, 18 de octubre de 2011

MARTES 18 DE OCTUBRE


Lecturas
1.       2 Timoteo 4:10-17
2.      Salmo 144:10-18
3.      Lucas 10:1-9
Es la fiesta del evangelista San Lucas.
El texto evangélico de hoy nos habla del envío de setenta y dos discípulos a anunciar la Buena Noticia y de las condiciones para este servicio: “sanen sus enfermos y digan a la gente: el Reino de Dios ha llegado a Ustedes” (Lucas 10:9).  La fuerza de la misión no reside en los medios humanos sino en el mismo Dios, por Jesús les indica que: “no lleven ni bolsa, ni saco, ni sandalias” (Lucas 10: 4), desposeídos de todo aquello que pueda oscurecer la gratuidad de este ministerio y al mismo Dios que es la garantía del mismo.
Hoy les quiero proponer a su consideración la vida de un hombre que vivió así, totalmente dedicado a la misión, desposeído de materialidades, lleno de Jesús: Dean Brackley fue un jesuita de Estados Unidos, fallecido este sábado 16 de octubre en San Salvador, Centro América, después de una prolongada enfermedad que asumió con la entereza propia del cristiano raizal que era.
Cuando el 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados el Padre Ignacio Ellacuría y sus compañeros jesuitas de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”  (UCA) de esa ciudad, Dean se ofreció para ir a sucederlos en las clases de teología y en el ministerio pastoral en algunas de las comunidades parroquiales que ellos atendían. Llegó a El Salvador en 1990, cuando el país vivía la crudeza de la guerra civil que bien conocemos. Asumió la responsabilidad de ser profesor de teología en la UCA y de servir los fines de semana en la parroquia de Jayaque, en la que estuvo hasta hace poco, antes de ser afectado por la enfermedad.
Hablo de Dean porque tuve oportunidad de compartir varios días con él en noviembre de 2009, en San Salvador, cuando fui a participar en los actos conmemorativos del vigésimo aniversario del martirio de Ellacuría y compañeros. Un cristiano a carta cabal, alegre, siempre dedicado al servicio a los más pobres, espiritual y orante, austero, auténtico bienaventurado, de buen humor contagioso. Consiguió importantes ayudas económicas y con eso creó un fondo de becas para que jóvenes de escasos recursos pudieran seguir su formación universitaria en la UCA, como Juana María López Mejía, quien concluyó felizmente su carrera de derecho, gracias a esta posibilidad.
Ya sabemos que esto del Evangelio de Jesús es más convincente cuando se ve plasmado en seres humanos concretos, como tantos que hemos traído a colación en estas pistas cotidianas de oración, y como hoy pretendemos que lo sea este evangélico jesuita Dean Brackley, quien acaba de vivir su encuentro definitivo con su Señor Jesucristo.
Cuando desde otras orillas se duda de la condición sacerdotal por los escándalos que le han dado la vuelta al mundo, cuando algunos se dedican al ministerio como algo netamente ritual y desconectado del mundo real, cuando se tiene la imagen de que los sacerdotes somos fríos, desafectados, formales, viene el Señor y nos pone en el camino a este cura estupendo, más que bueno, generoso, y seriamente comprometido con Jesucristo y con la humanidad.
Yo sé que allá en El Salvador están tristes por la partida de Dean, pero no desesperados, porque ahora tienen a otro intercesor en la bienaventuranza del Padre, como Monseñor Romero, como Rutilio Grande, como Jon Cortina, como los Ignacios Ellacuría y Martín-Baró, como el Padre Lolo, como Segundo Montes, Juan Ramón, Amando, que con Elba Julia y Celina custodian desde el cielo a las buenas gentes de este sufrido país de Centro América.
De sus libros quiero destacar este: “La llamada del discernimiento en tiempos problemáticos: nuevas perspectivas en la sabiduría transformadora de San Ignacio de Loyola”, una joya de trabajo nacida de su experiencia espiritual. En esos días de noviembre 2009 él mismo tuvo a bien regalarme su texto, que los disfruto mucho porque me enseña los caminos del Espíritu.
Tenía 65 años al fallecer, ingresó a la Compañía de Jesús en 1964 y fue ordenado sacerdote en 1976. Doctor en teología, trabajó pastoralmente en New York, en el bajo Manhattan y en el Bronx, y fue profesor en Fordham University, la universidad jesuita de New York.
Dean entendió a cabalidad las exigencias de la misión formuladas por Jesús en el capítulo 10 de Lucas y las vivió sin reservas, especialmente cuando en 1990 se ofreció para servir en El Salvador, 21 años allí amando y dando vida en nombre de Jesús. Hermoso el relato vital del Padre Brackley que dio todo de sí en el seguimiento de su Señor y en el servicio a los más pobres. Gracias Dean! Intercede por nosotros ante el Padre Dios.

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