domingo, 9 de octubre de 2011

El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J., XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - 9 de Octubre de 2011

Estando Jesús junto al Templo de Jerusalén, de nuevo tomó la palabra y les habló en parábolas a las autoridades religiosas del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Vengan a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren, convídenlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.» (Mateo 22, 1-14).


1.- “Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir”
La imagen del banquete es especialmente significativa y nos trae una primera enseñanza. Como lo expresa el Salmo 23, unos 10 siglos antes el rey David le había cantado al Dios que guió a su pueblo por el desierto hacia una tierra prometida como el pastor conduce a sus ovejas hacia praderas de hierba fresca y abundante, preparándole un banquete y protegiéndolo de sus enemigos. Dos siglos más tarde, en el VIII a. C., el profeta Isaías, como dice la 1ª lectura, había anunciado que Dios prepararía para todos los pueblos una fiesta con manjares exquisitos.
En la parábola del Evangelio, el banquete de bodas simboliza la alianza de Dios con su pueblo, una imagen que había sido también empleada por los profetas. Ellos habían recibido del Señor la misión de llamar a los primeros invitados, exhortándolos a abandonar la idolatría y la injusticia, pero fueron rechazados por las autoridades y las élites políticas y religiosas del pueblo de Israel. El rechazo a la invitación de Dios iba a llegar hasta el punto de dar muerte a su Hijo en una cruz. Y finalmente, la imagen de la ciudad consumida por el fuego hace referencia a lo que sucedió con Jerusalén, que en el año 70 fue arrasada e incendiada con todo y su templo por el ejército del imperio romano.
Hoy también nosotros somos invitados por el Señor a abandonar la idolatría -los apegos desordenados- y la injusticia -los comportamientos destructivos en relación con nuestros prójimos-, para entrar en la dinámica de la construcción de una verdadera comunidad humana en la que todos compartamos como hermanos la mesa de la creación y así nos dispongamos a una vida eternamente feliz. ¿Cómo está cada uno de nosotros respondiendo a esta invitación?  Para responder adecuadamente, contamos con la ayuda del Señor a pesar de nuestras debilidades. Pues como dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura, “todo lo puedo en Aquél que me conforta”-

2.- “Vayan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”
La segunda enseñanza consiste en reconocer la universalidad del mensaje salvador de Jesús. Los cruces de los caminos son una referencia simbólica a los lugares donde se encuentran las personas de las distintas culturas. Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado el alcance universal de las promesas de Dios, más allá de las fronteras de Israel. Al “banquete de manjares exquisitos y vino generoso” son invitados “todos los pueblos”, “todas las gentes”, como dice el profeta Isaías en la 1ª lectura.
La Iglesia, como nuevo pueblo de Dios del que somos invitados a formar parte todos los hombres y mujeres, tiene como misión mantener la misma actitud de apertura universal de nuestro Señor Jesucristo, que acogía a los paganos, a los pobres, a los pecadores,  contraria a la de los jefes religiosos del Templo de Jerusalén que los rechazaban con sus leyes y ritos excluyentes. ¿Tengo yo la misma actitud de Jesús? ¿O me cierro a las personas que no son de mi propia raza, cultura, religión o condición social, o que son consideradas pecadoras, como lo hacían los jefes religiosos del Templo de Jerusalén?

3.- “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos
En esta conclusión de la parábola encontramos una tercera enseñanza. En las fiestas de bodas de los pueblos orientales, el anfitrión solía suministrarles a los invitados el vestido apropiado para la ocasión. El personaje de la parábola que se presenta sin este vestido, simboliza por tanto un rechazo al gesto amigable de quien lo ha invitado.
Dios nos ofrece la vestidura que necesitamos para presentarnos debidamente a compartir la fiesta de la felicidad eterna, de la cual la Eucaristía es un signo anticipatorio porque en ella entramos en comunión con la vida resucitada de Jesús. Tal vestidura es lo que en el lenguaje católico de la relación con Dios se llama el “estado de gracia”, es decir la situación resultante de haber sido reconciliados con Dios y dispuestos a vivir de acuerdo con sus mandamientos. Para alcanzar este “estado de gracia”, que como la palabra misma lo dice es un don gratuito de Dios no obtenido por nuestros méritos sino por la pura misericordia divina, tenemos que reconocer nuestra necesidad de reconciliación con Él mediante una sincera actitud de la reconciliación con nuestros prójimos, tanto con los que hayamos ofendido como con los que nos hayan hecho algún mal.
¿Estamos presentables para nuestro encuentro con el Señor, llevando la vestidura apropiada de una sincera actitud de reconciliación con Él y con nuestros prójimos? Examinemos nuestra vida, revisemos nuestras actitudes y dispongámonos a acoger como corresponde la invitación que Dios nos hace a participar en su banquete: el de la Eucaristía durante nuestra vida presente, y el de “la vida del mundo futuro” cuando pasemos a la eternidad.

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